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LA AUDIENCIA.

rio de su fortuna, tanto al ocupar como al dejar

su· puesto; y algunos escarmientos hechos desde

luego en los enriquecido inicuamente, prometían,

que el juicio de residencia no seria ilusorio en

adelante, ni Ja rigorosa ley una letra rnuerta. Su

favorito el Conde Duque de Olivares, ver<ladero

regente de la monarquía , parecía unir los ta–

len tos del hombre 'de E tado á intenciones sana

y voluntad resuelta . Mas el .desengaño no pudo

ser mas pronto, ni mas amargo . Felipe IV, á

quie!l la adulacion se babia aprésurado á dar el

nombre de grane e, solo podía llamarse así iróni–

camente por }, m o·nitud de sus pétdid s. Lo

afamados

e Ca tillai _percliero:n su repu-

tacion secula e

la repe idas derrota . La ante

respetad

diplomacía recibió humillaciones

y

hubo de aceptar tratados vergonzosos . eparado

el reino de Portugal, estándolo por alguno años

Cataluña, sublevada

las po esiones de Italia,

desmembradas algunas de los Paí es Bajos des–

.contentas ciertas provincia , y conservándose

sumisas las mas fieles por irreflexivos hábitos v

no por moti vos de conveniencia, corría rie go de

hundirse la desmesurada nave del Estado, cuya

popa estaba en Flande y la proa en América.

a E paña cayó en el mas profundo abatimiento :

fué espantosa la corrupcion, urna la miseria ·