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Hoy nadi'e lo ignora. El sol brllla muy claro

y

muy

alto en el horir.onte, para que alguien crea de buena

fé á

Diógeues cuaudo abre su linterna p-ara negar el

dia.

'

Verdugos y víctünas, y, lo que es peor, el concurso,.

espectarlor impasible é indiferente, conocep los moti ·

vos, los pretextos y hasta los móviles de la acusacion;.

y como los antiguos augures, sus autores no pue<len

mirarse sin

reirs~.

Uno de ellos, hablando de sus compañeros, lo ha

dicho:

''Los que con más insolencia los acusan, saben que

mienten.'·

(

1)

Y los que gritan no son las turbas exaltadas por la

voz del tribuuo; son mercenarios

á

sueldo, qne entre

clamor y clamor cuentau las monedas del salario de sn

indignacion alquilada.

. Los verdugos no quieren cansarse fundamentando

nuevas sentencias. ¿Para qué1 Desentierran uña de

las antiguas, y sin quitarla el polvo del sepulcro, la

resucitan.

El lobo no se toma ya la mol·estia de acusar al cor–

. dero que le enturbia el agua; sabe que el cordero le

confundiria, haciéndole ver que el rio no puede correr

hácia atrás.

Lo ésencial es devorarlo, y lo devora.

Y, lo que es peor, el mundo lo ve ...... y lo dice ......

Pero el mundo es egoísta; los deja hacer , y ya perdida

la facultad de indignarse, se encoge de hombros.

Porque esto ya ui sorprende ni conmue\Te..

Es la millonésima representación de uua tragedia

vieja, qne eu fuerza de s er vista, se ha c0nvereido

á

los ojos del espectador, hastiado de un argumento que

sabe de memoria, en un sainete bufo.

.Así es que el público, en vez de llorar ...... se rie.

Pero mientras se representa est.a farsa indigna, y el

público se mofa de la seriedad con que los histriones

hacen de héroes. el lobo devora al cOI'<lero.

Y cuando no lÍaya corderos

á

mano que devorar, el!

(1)

Víctor

Rugo.