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Vuestra Santidad en la inmortal Encíclica

Snpieuü"ae

C1'istianae,

hemos resuelto

reur.ir

en esta Capital del Pe–

rú, antigua metrópoli ame

ricana,

un::J. gran Asamblea ó

Congreso Católico, con el fin de retemplar nuestro áni–

mo

y

disponerlo á las múltiples labores de la propaganda

católica, no menos que á las luchas

á

que por fuerza se

ven arrastrados los que se proponen defender los dere–

chos seculares del Catolicismo.

Gran objtto nuestro es también protestar nuestra su–

misión absoluta

y

adhe ión inquebrantable

á

la Iglesia

Romana, centro único de unidad cat6lica, así como pro–

clamar la piedad filial de todo el Perú hacia la persona

Augusta

y

veneranda de Vuestra Santidad.

Hé aquí por qué. Beatísimo Padre, nuestra primera

mirada se ha dirigido

á

esa cátedra de verdad,

á

ese al–

cázar divino del Vaticano, desde el cual, como maestro

infalible enst·ñáis la verdad á las naciones

y

alentáis á los

que pelean las batallas del Sei

'í.or.

Queremos vuestro beneplác

ito

y

vuestra bendición an–

tes de emprender obra tan superior

y

desusada entre

nosotros.

ecesitamos de toda la fortaleza

y

magnani–

midad que en tiempos tan aciagos han mene ter los que

se ven obligados á abdicar no pocos de sus derechos so–

ciales

y

hasta naturales para llamarse públicamente cató–

licos

y

para trabaja r por el benéfico reinado social de

J esucristo

y

de su Religió n sacrosanta en las sociedades

modernas. Y esa fortaleza

y

esa magnanimidad, han de

venirnos, Beatísimo Padre, con una palabra de vuestros

labios infalibles, con un latido de vuestro corazón de Pa–

dre

y

de Pontífice Soberano.

Bien sabéis, Beatísimo Padre, que la Iglesia que hoy

lucha por su regeneración

y

qu e siente la necesidad im–

periosa de levantarse de la postración

á

que la ha redu–

cido el regalismo de la legislación patria, es la Ig lesia de

Santo Toribio

y

que Lima o-uarda en su anales históri–

cos las más ricas tradiciones que honrar pudieran á cual–

quier otra sección de América: fu é no sólo la cuna de

Santa Rosa

y

del Bienaventurado Martín en los albores

de nuestra evangelización, si no, <:¡ue por tres siglos con–

tinuó siendo el campo fértil donde florecieron cien

y

cien

venerables siervos de Dios, de ambo

sexos

y

de toda

condición. Lima, pues, no quiere abdicar de su pasado