NOVIEMBRE. DIA
XIX.
nocen
y
confiesan prácticamente su debilidad
y
miseria.
quando con tanto esmero buscan en este mundo multi–
plipados apoyos
y
remediq_s para sus necesidades respec–
tivas.
A
í
vemos que el pobre procura grangearse la amis–
tad del rico, el ignorante se gloría con la compañía del
sabio ,
y
el desvalido procura por todos los medios la
proteccion
y
amparo del poderoso. Por mas que la so–
berbia pretenda deslumbrar los ojos del entendimiento
con los falsos brillos de la vanidad, es tan visible
la fla–
queza humana, que ni puede ocultarse ni dexar de pu–
blicarla el temor. Quánta satisfaccion, pues, no deberá
encontrar nuestro corazon quando una madre t an amo–
rosa
y
solícita del bien de sus hijos , como nuestra madre
la Iglesia , nos propone un patrocinio tan poderoso, t an efi–
caz, tan pronto
y
universal como el de María! E sto
que
es verdad, respec to de todas las necesidades, tanto ua–
turales como sobrenaturales , recibe un nuevo realce ,
apli–
cándolo privativamente
a
las necesidades mas interesan–
tes y que mas dificultosamente pueden encontrar socorro
en lo humano, que son las necesidsdes del espírí tu. Todos .
sabemos por testimonio de Dios en las divinas
Escritura~,
confirmado despues con una triste experiencia , que na–
cemos hijos
de
ira
y
de venganza , vasos de abominacion
y
de desprecio, enemigos decla rados de Dios,
y
parti–
darios del demonio. Dentro de nosotros mismos tenemos
las semillas de todos los males,
y
una
in feliz
disposicion
para contradecir
a
todos los bienes. Nuestra alma debi–
litada en sus potencias : el entendimiento ofuscado con
la
ignorancia : la voluntad torcida siempre ácia lo pro–
hibido;
y
la memoria llena
de
objetos de
es~ndalo.
Los
movimientos mismos de la naturaleza , que por su puro
mecanismo debieran quedarse en la clase de inocentes,
llegan
a
hacerse enfermizos
y
peligrosos en fuerza del
desconcierto
y
turbacion que causó en ellos
el.
primer pe–
cado. No somos capaces, como dice San Pablo, de pro·
ducir por no otros mismos un solo buen pensamiento. E n
este estado de miseria , de necesidad y desven tura, qué
pudiera apetecer el hombre con mas ansia
que
una pro–
teccion tan poderosa que pudiese da rle soco ro contra
su
misma miseria,
y
auxiliarle contra sus poderosos enemi–
gos~
A
qué
mas pudieran extenderse
sus
esperanzas que
ª