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AÑO CHRTSTIANO.

la abominacion de la desolacion en el lugar santo. Qué

hombre hay tan vil que

a

lo ménos en su casa no

encuen–

tre asilo seguro contra un

insulto~

Siendo nuestro

Dios

tan ofendido casi en todos los demas lugares, no sería razon

que estuviese

a

cubierto contra los ultrages de sus

propios

hijos,

a

lo

ménos en su santo templo? Es posible que la im–

piedad ha de llegar

a

insultar impunemente al Redentor

ha

ta en su mismo

trono~

Sus altares, respetables

a

los

1nismos demonios, no serán respetados de los christianos,

y

nunca han de ser barrera segura contra su insolencia? Será

acaso porque no haya quedado ya en tanto número de liber–

tinos

ni una leve tintura de religion que los mueva

a

respetar

el lugar santo, siquiera miéntras dura el tremendo sacrifi–

cio? Pues la queda libre tanto espacio

a

su desenfrenada li–

cencia ; pues todos los demas sitios son para ellos lugares

de disolucion, deKen siquiera

a

Jesu· Christo

ya

sus tem–

plos.

Ah, Señor'!

y

a

qué os ha reducido el exceso del amor

que nos teneís

! Si

ménos solícito de hacernos bien: si

mé–

nos ansioso de n1anifestarnos vuestra ternura,

ó

mas ze–

loso de vuestra gloria os hubiérais quedado en vuestros

altares, como en el Tabor,

reve~tido

con el esplendor de

vuestra magestad;

o

suspendiendo ménos vuestra indigna–

cion contra los que profanan el sagrado de vuestra casa,

hiciéseis que se abrise la. tierra debaxo de sus pies ,

ó

ful–

mináseis fuego del cielo contra los que se atreven

a

perde–

ros el respeto en vuestra presencia

y a

profanar vuestros

templos; seguramente que

os

hubieran maltratado ménos,

porque os hubieran temido mas. Pero qué , hemos de ser no–

sotros ingratos, impíos, sacrílegos porque el Dios que

adoramos sea tan sufrido! Mas quiere Jesu-Christo disi–

mular en silencio los atrevimientos de los impíos, que

atemorizar

a

las almas justas con ruidosos escarmientos.

Pero un mini tro de Dios , un gobernador, un magistrado,

una persona pública, constituida en dignidad, podrá

lí–

citamente mirar con indiferencia y con frialdad los ul–

trages que se hacen al Dios vivo?

Y

a

fuerza de ver las

irreverencias que se cometen en el

1

ugar santo , un pa–

dre, una madre, una persona de autoridad, autorizará

con su silencio,

y

no pocas veces con su mal exemplo,

u.nas profanaciones tan

escandalosas~

Despues de esto nos

quejarémos

de

las calamidades de

los

tiempos

y

de

los