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tad de recobrarla,
y
no
la de entre–
garla
~Una,
y
otra;
y
por esta se
ha de empezar. Mirad como insinúa
suavemente el precepto de la
Cruz~
Pero antes de explicarse con to·
da claridad enseña, que no consiste
el amor verdadero en decir, en pro–
meter cosas grandes , en desear
las~
y
en pasear la
imaginacion por
ellas, sino en guardar los Manda–
mientos. Es preciso empezar por
Jesu-Christo,
y ·
amar en él
su
v~r
dad ' su palabra ' sus maximas '
y
preceptos , que asi lo hizo él, pues
empezó amando
á
su Padre ,
y
que–
riendo lo que le mandaba , por mas
r~oroso
que pareciese
á
la natura–
leza; porque el amor al que man....
da, hace suave lo que por sí es sen·
sible ,
y
amargo.
Amemos á Jesu-Christo,
y
~e
nos harán faciles todos sus Manda·
mientas. Acuerdate Christiano que
de nada sirve observar lo exterior
del precepto, si no se observa por
amor ,
porque
en el amor solo
~stcí
. e
3
com,. .