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J

o

R

G

E

I

e

A

z

A

-para que

imparta

justicia-, vió, a la luz de dos candiles que al–

guien. tenia en alto, a un ser amarr.ado las manos, con la cabeza

baja.

¿De dónde venía? ¿Quién era?

-Es un indio de la comunidad de Yatunyura. Algún ade–

lantado del cholo Ramón Guachi para seguir robando -informó

Isidro.

Gabriel, sin abandonar su actitud casi hipnótica, impulsado

por una voluntad desconocida, se puso de pie y flag.eló cobarde–

mente al hombre amarrado las manos. Al tornarse conciente,

sorprendido en su propio de1ito, buscó la rebe1día, la protesta de

la víctima.

Isidro, aprovechando la pausa del patrón, que él la tomó por

cansancio, interrogó :feroz:

-¿Dónde está el Ramón Guachi?

¿Dónde están ias reses?

¿Dónde, carajo?

¡Si no declaras ya mismito te colgamos de un

árbol del monte para que te c·oman los buitres!

El obstinado silencio del runa enardeció al mayordomo, quien,

tomando el puesto de Gabriel, echó un lazo al cuello del acusado

y

continuó:

-¡Si no declaras te mato!

¡Te ahorco, carajo!

Ajustó el lazo, pero Juana, destacándose def coro impasible

se soltó en lágrimas.

-¿Eh?

-¿Llora por el shugua? -se interrogaron todos en tono de

reproche que al parecer evitaba complicidad.

-¡Cómo! -exC'lamó el mayordomo posando sus pesquisas so-

bre

Ia

longa-

¿Con qué vos también, no?

-Patroncito ...

-¡Tendremos que colgarte para que declares!

-¡No ... No ... !

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