HUAIRAPAMUSHCAS
-¡Hemos de matar, carajooo .. .! -
-¿A quién, indios asesinos, criminales? -interrogó
histérica~
mente la autoridad, dando un paso adelante
y
levantando las ma–
nos en gesto heroico d-e capitán de opereta.
Con temor· d:e haber herido a1 únko ser en el cual podían
confiar, los solicitantes recurrieron con diligencia humilde a la
palabra en nombre de la que muchas veces recibieron azotes, se
dejaron encarcelar
y
hasta
quit.arla tierra:
-Justicia . . . Justicia ...
-¡Qué carajo!
-¡Justicia ... Justicia ... !
-¡Yo he sido nombrado para defender
al
pueblo! ¡A los se-
ñores! ¡A los hijos de Guagraloma! ¡No a los indios que quieren
matar al cristiano! ¡Ya mi5mito se llevan toda esta porquería
fé–
tida! ¡Indios salvajes!
-¡Justicia ...
Just~cia,
taiticooo ... !
-¡Y no vuelvan por aquí en manada porque les hago dar ba-
la
hasta en la lengua!
-¡Justicia ... Justicia ... !
-¡Fuera. . . Fuera ...
!
Creyendo llegada su hora, el coro de cholos atacó -en masa, a
patadas, a pescozones.
-¡Justicia. . . Justicia ... !
-¡Criminales. . . Han querido acabar con el pueblo ... !
-¡Con nuestras mujeres ...
!
-¡Con nuestros guaguas ...
!
-¡Asesinos!
Los
comuneros cargaron a sus muertos dejándose pegar con
esa mansedumbre sinuosa del indio que en vez de mover a com–
pasión excita a
la
furia ciega. Eran relativamente pocos, no esta-
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