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HUAIRAPAMUSHCAS

pero se calló en goce de una felicidad hasta entonces desconocida

para él: la convicción de no estar solo.

-¡Ahora pueden venir en manada, carajo! ¡Ahora nosotros

también estamos en recua chola! -gritó en medio de las tinieblas

del camino al volver esa noche borracho a la casa.

Y llegaron, en uno de esos inviernos de creciente, con frene–

de musiquilla de tambor

y

flauta ,

~n

mascarada de lamenta–

ciones

y

exigencias, los yatunyuras.

Isidro les sintió a la distan_cia y tomando su carabina orden0

a la mujer:

-Lleva a los guaguas al pu.eblo y avisa por el camino que se

preparen a defenderse que llega la indiada.

Desde las tapias, tras las pencas, al amparo ae los recodos,

acechaba el vedndal'io con silencio felino y ojo avizor. "¡Plomo

para los indios atrevidos!", era la exclamación que latía en la

sangre de los hijos de Guagraloma. Pero la musiquilla, cual gri–

to

de guerra

y

súplica de paz, se arrastró, a paso de idolatría, por

-el

camino. Llevaban cuatro parihuelas rústicas. Había lágrimas

swnisas en los ojos. Y el olor habitual de boñiga

y

lana mojada

iba mezclado al nauseabundo de mortecinas.

P.ara.ron en la plaza ante la tenencia política. La autoridad

-un cholo con intereses en los proyectos de la caña-, ya preveni–

da, les recibió en la puerta con cuatro policías armados .

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