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ENRIQUE LOP'EZ l\ LBUJ l\f'\

cido por cnatr o mozos corpulentns, apar ec10

ante

1

tri

u

unal un indio de edad in calcula–

ble, alto, fornido, ceñudo

y

que parec ía des–

deñar las injurias

y

amenazhs de la muche–

dumbre. En esa actitud, con la ropa ensan–

gre.n tada

y

desgarrada por la manos ele sus

perseguidores

y

las deu telladas de lns pe–

n os ganad eros, el indio más parecía la es–

tatua de la r ebel<lía que la del abatimiento.

Era tal la r egularidad de sus fa .:: cionos de in–

dio puro,

}¡i

gall ard ía de s u cuerpo, la alti–

vez de su mi rada: s u porte seño ril, que, a

pesar de sus oj os sangLtinolen tos, :fluía de su

persona una gran simpatía, la

simpat.ia

que

despierta n los hombres que poseen la her–

mo sura

y

la fu erza.

-¡St:.éltenl o!-exclamó la misma voz

que había ordenado traerlo.

U na vez libre :Maill e, e cruzó de bra–

zos, irguió la desnuda

y

r evuelta cabeza ,

desparramó sobre el con ejo una mirada su–

tilmente desdeñosa

y

e peró . .

---._José P onciano te acusa de que el

miércoles pasado le robaste su vaca

mitline–

ra

y

que l.1as ido a vendérsela a los de Obas.

¿Tú que dices?

- ¡Verdad! Pero Poncianó me robó el

año pasado un toro. Estamos pagados.

-¿Por qué entonces no te quejaste?

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