A Francisco A. Loayza, en Yolcohama
La plaza de Chupán hervía de gente.
El pueblo entero, ávido de curiosidad, se lia–
bía congr gado en ella desde
la s
primeras
horas de la mañana, en espei·a del gran acto
de justicia a qne se le había convocado la
ví pera, olemnemente.
Se habían suspendido t odos los queha–
ceres particulares
y
t odos l os servicios públi–
co . Allí estaba el jornalero: poncho al hom–
b1 o, sonriend0 con sonrisa iéliota, las frases
intencionadas de los conos; el pastor greñu–
do, de pantonillas bronceadas
y
musculosas,
serpenteadas de venas , como liana s en torno
de un tronco; el viejo silencioso
y
taimado,
mascador de coca sempite rn o; la mozuela tí–
rni<la
y
pulcra, de pies limpios
y
bruñidos
como acero pavonado,
y
uñas desconchadas
y
roídas
y
faldas negras
y
esponjosas como
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