CUENTOS J\NDINOS
naba ya ni su rnaestro Oeferino, había pre–
parado el máuse:· la víspera de la partida
con un esmero y una habilidad irreprocha–
bles. Porque J ua.n Jorge, fuera de saber el
peligro q ne corría si llegaba a <lescuidarse
y
ponerse . a tiro del indio Orispín, feroz
y
as–
tuto, estaba obsedido por nna preocupación,
que sólo por orgullo se había atrevido a
arrostrarla: tenía una superstición suya, en–
teramente suya, según la cual un
illapaco
corre gran riesgo cuandn va a matar a un
hombre que completa cifra impar en la lista
de sns víctimas. Lo
q
ne no pas con los de
la cifra par. Tal vez pur eso siempre la pri–
mera víctima hace temblar el pulso más que
las otras, como decía el maestro Oeferino.
Y
Crispín, según su cuenta, iba a ser el m'.lme–
ro
sesentinueve. Esta superstición la debía
a que en tres o cuatro ocasiones había esta–
do a punto de perecer a manos de sus victi–
mados, precisamente al añadir una cifra im–
par
a
la cuen ta
Por esta razón sólo se aventuraba en
los desfiladeros después <le otear largamente
todos los accidentes del terreno, todas las pe–
ñas y recovecos, todo aquello que pucliera
servir para una emboscada.
Así pasaron tres días.
~n
la mañana del
cuarto, Juan Jorge, que ya ie ib<' impacien-
- · 81-