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ENRIQUE LOFEZ l\LBUJl\R
púreo de las encillas, y los ojos, saltones, le
brill aban con el
i
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noble brillo de la codicia .
Fué es ta pasión la q a e una vez llevó al
indio a pasea r en tri un fo, sobre una im pro–
vi sada pica, el corazón de un t oro, sortean–
do las persec uciones de la cocinera.
y
cantu–
rreand o un aire indígena.
-¡Trae acá, bandido! Voy a decirle al
señor para quA te quite a
la t igazo~
la maña
dejugar con las cosas de mi cocina.
-¡Silencio,
sacha-vaca!
No molestes,
que es t oy muy alegre. Déjame pasear cora–
zoncito. A sí voy pasear corazón Valerio
y
comérmelo después.
IV
Había reparado yo que
Ishaco,
cuando
no respondía inmediatamente a mis llama–
das, al presentarse reYelaba azoramiento,
y,
sin esperar que le interrogara por la demo–
ra, comenzaba a disculparse tontamente.
-Estoy barriendo despacho,
·taita-,
díjome en cierta ocasión.
-¿Y
esta mañana no lo barriste?
---Sacudí no más,
taita.
Esta manera, de responder se me hizo
sospechosa
y
resolví espiarlo. El chico era
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