CUENTOS J\NDJNOs
se hurtaba los pedazos de carne cruda
y
san–
grienta
y
los engullía con la rapidez
y
vora–
cidad de nn rnartín-pescador; r ecogía en cual–
qui er cazo la sangre de 1os animales degolla–
dos
y,
humeante aún, se la bebía a tragan–
tadas, celebrando después con risotadas bes–
tiales el cloqueo que aquélla hiciera al pa–
sarle por la tráquea; hacía provisiones de se–
bo
y
de piltrafas, recogi<las en la cocina,
ocultándolas en cualquier escondrijp, para
sacarlas más tarde en plena descomposición
y
devorarlas
d.
solas
y
tranquilamente. Era
a ratos perdidos un insectívoro
y
un antro–
pófago.
Por la carne era ca paz de todo,
y
aún
cuando a la hora de comer no tenía prefe–
rencias por ninguna, roja o blanca, cruda o
cocida, podrida o fresca, tierna u dura, l os
trozos crudos
y
sanguinolentos, acabados de
traer del mercado, causábanle una como es–
pecie ele sádico enternecimiento. Para él l1a–
bría sido un placer revolcarse, a la manera
del gato cuando olfatea algo que excita su
sensibilidad, sobre un colchón de carne roja
y
palpitante. Diríase que la vista
y
el olor
de la carne cruda despertaban en él quién
sabe qué rabiosos gustos ancestrales, pues
su boca de batracio se distendía en una son–
risa bestial, hasta mostrar el clavijero
pur-
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