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DOCT. FRANCISCI SVAREZ

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avia escrito en sus Opusculos....¡y el segun–

do, a dar nuevas armas, y eficacissimos ar–

gumentos

a

los que defendían entonces de–

lante del P ontifice, y Cardenales nuestras

sentencias. Por esso pararon estos admira–

bles escritos en manos de Ferdinando Bas–

tida, que entonces hazia las partes de la

Compat1ia, en aquel gravissimo Senado, y

con la doctrina del Eximio Doctor, assis–

tida de su natural eloquencia, r5 iguio el fin

dichoso, que escrivimos en el precedente

libro. Tuvo este celebrado Theologo en

tanta estima estos escritos del Padre Suarez,

que no dudava darles la primacía entre to–

das sus obras, assi por la claridad, y suti–

leza, como por su insuperable energía, y efi–

cacia. P or esso los guardo siempre, como vn

tesoro de inestimable precio, y en su muerte

los entrego

a

la persona de su mayor con–

fiarn;a, por cuyo medio llegaron a manos de

los Impressores Franceses, los quales los

dieron a la luz publica para grande emolu–

mento de la verdad Catholica....

«No ha faltado algun genio vanamente

suspicaz, que se atreviesse

a

negar, erct esta

obra del Doctor E ximio, alegando que no

resplandece en sus palabras aquella modes–

tia, que tanto sobresale en otros sus escri–

tos, y queriendo con esta lisonj1

1

de quien

alaba , disfrazar el veneno de quien injuria.

Pero esta caprichosa sospecha tiene contra

si la autoridad de Varones de suma integri–

dad , que conociero.n a Bastida, y a los que

mas intimamente le trataron, y nos asegu–

ran que nunca se puso duda, en que fuesse

parto legitimo de aquel eximio en[ten]di–

miento de Francisco esta obra tan llena de

claridad, comprehension, y sutileza. Ni me–

nos corresponde la modestia, y gravedad de

su esti lo, el qual, si bié es por la nnyor

parte apologetico, tabien es en todas sus

clausulas muy circunspecto, y medido. Y

aunque el escrupuloso reparo de Francisco,

en examinar, y corregir por si, y por otras

personas qualquiera voz, que aun levemente

pudiesse ofender en sus libros, encontraria,

acaso, algo que enmendar en éste, si huviera

·su edicion corrido por su mano¡ con todo

esso, quien considerare las falsedades, y ca–

lumnias, que algunos avia impuesto a su

doctrina , hallara

respond~

c5 tal modestia,

que en ninguna otra obra resplandece tanto

su templanya y serenidad....» (págs.

2

r4·15).

Y más adelante:

«

li se contento este

gran Pontífice [Alejandro VII] con el nom–

bre de di cipulo del Padre Suarez, sino que

se empet1o en su defensa, como su finissimo

protector. Porque aviendo su Santidad pro–

hibido algunas obras

de Auxilijs

c5forme

al silencio que intimo sobre esta materia

Paulo V. algunos viendo se avian dado a

luz los escritos , que acerca de este mismo

argumento avia dexado compuestos el Pa–

dre Suarez, recurrieron a Ja Silla Aposto·

lica, suplicando que se fulminasse tambien

contra estos la misma

sentenc~a,

pues eran

tan semejantes en la causa. Pero el Pontí–

fice, que no ignorava la publicacion de es–

tos libros, oyendo la delacion de los acusa–

dores, les atajo diziendo:

De Sztarez

11011

est

loquendum, est enim D octor sztjeri·oris sphe–

ra:....

Por esso mal satisfecho el zelo, o los

zelos de otras personas, viendo corrian li–

bremente estas obras, pretendieron de nue–

vo, que se vedassen, alegando para este

efecto, el que no eran propiasdel Padre Sua–

rez: en lo qua! suponian, que siendo suyas,

merecían la gloriosa excepcion de la regla

comun conforme al dictamen Pontificio.

Pero si el mismo Pontifice Alexandro, tan

versado en los escritos del Padre Suarez,

juzgo estos por legitimos partos de su plu–

ma, y por esso dignos de esta gloria ¡ si los

tiene, y estima como tales el aplauso de Jos

Sabios por la vniformidad,

y

semejanr,;a con

todas las <lemas obras de Frácisco , bien

puede darse por rendida esta acusacion, re–

conociendo, que nadie podía presumir de

tan ingenioso en sus engafios, que se atre–

viesse a fingir la sabiduria, solidez, y clari–

dad nali va del Padre Suarez, ni a llegar con

el remedo adonde no alcaoya la imitacion.

Ademas, que nos consta de persona que vio

estos escritos antes que se imprimiessen, la

indubitable persuasion, y certeza de que

passaron de las manos del Padre Suarez, a

las de Bastida, quien los conservo como pre–

ciosissimo tesoro, segun ya en otra parte se

dixo» (págs.

444-45).

Copiemos también, para digno remate de

esta cuestión, unos párrafos del P. Des–

camps en la

Vida

de nuestro Doctor Eximio: