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GURllllA
CAPÍTULO LXXXVII.
De cómo se hacian
muy
grandes maldudes en aquellos tiempos en
el Perú,
é
se cometian 9randes pecados,
é
la justicia con todo
disimulaúa ,
é lo
que pasó el noble caballero Diego de Alvarado
con el Gobernador D. Francisco Pizarra.
Muclios yerros se lian corñetiao en este ,:eino por los espa–
ñoles,
y
cierto yo holgara no escribirlos por ser mi nacion, los
cuales, sin mirar los beneficios que han recibido de Dios nues·
tro Señor, que fué servido que ellos
y
no otras gentes ganasen
t'an grandes reinos
é
provincias como son estas Indias, sin te–
mor suyo los acometieron; y aunque claramente hemos visto
su justicia
é
castigo que da á los malos, porque tomen ejemplo
los buenos
é
se sepa en lo futuro lo que pasó, yo seré escritor
verdadero
é
daré noticia de todo ello.
É
lo que agora quiero
contar es, qtie luégo que la batalla de las Salinas
fué
vencida,
sin temor de Dios ni del Rey, se derramaron muchos de los
que habían sido de la parte de los Pizarras por !as provincias
de Conde.suyo é Chinchasuyo,
é
robaban á los indios todo lo
que podían,
é
las 0•1ejas que tenían escondidas por miedo de
los ladrones, les daban tormento apretándol es con corc:leles
hasta <¡ue se las daban en su poder,
é
sacatido grao·des ma–
nadas las llevaban á vender
á
la ciudad de Los Reyes
é
las
daban casi de balde;
é
los malaventurados de los indio-s,
yendo á pedir justicia é favor al Marqués, diciéndoles que
mentían los echaba de sí,
y
andaban los pobres de cerro en
cerro quejándose de los malos tratamientos que les hacían .