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Dios, y tuvo
~escrita
su vida: la conocí y fué muy favo–
recida de la Santísima Vírgen mi Señora.
Tambien conocí otra hermána que se llamó Mariana
de Gracia, y esta era muy observante de iodo lo que se
seguía: era una alma muy estática y observante; y era
de suerte, que donde le cogía el sonido de la campanilla
con que tocaban
á
silencio, allí se quedaba, hasta que
pasaba y se ajustaba la hora: murió con muy buenos
créditos de sierva de Dios.
Hubo otra hermana, Isabel del Sacramento, qu·e toda
su oracion era sobre la muerte, y me decía que no sabia
como se habi de morir: yo le decía, vive bien, · que la
muerte te enseñará á morir. Era grand@ amante del Ni–
ño
J
esus, y tenia sus coloquios con el Divin0 Niño;
y
cuando se estaba muriendo, y la estaban ayudando, iba
diciendo:
ya se me
q~tita
la vista, Madre de mi alma:
ya
se
m~mU{!)'e
el cuerpo: ya se me acaba la respiracion:
y
por fin dijo:
Madre de mi alma, ya'se rne arranca el al–
ma:
y 'espir6.
Muri6 otra, tan inocente, que habiendo dicho el Médi–
co que la confesaran, llegó una hermana, y le dijo:
Jose-
fa del Sacramento, dfce el J.Wédico q?.te te confieses, que
estás mala:
y
le respondió: Hermana, ¿qué he de confe–
sar? y le dijo la hermana: confiésate de tus impacien–
cias y los malos pensamientos: y la enferma le respon–
dió riéndose:
¿
hennana, en la cama }¿e de
tener rnalo
pcnsarnientos? J esus! no los tengvr gracias
á
JJios.
Y es–
ta era de edad de veinte y cuatro años. Dios sea alaba–
do por todo. Amen.
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