INTRODUOOION.
l.
Descansada la Iglesia de las disenciones que por largo tiempo
la afligieron, veía gozosa aumentarse sus dominios con el descubri–
miento de un nuevo mundo, en el que, con notable rapidez, ex–
tendía su vivificante luz el evangelio, y con la conquista de Gra·–
nada que felizmente
termin~ron
los católicos reyes Fernando
é
Isabel.
'
Nada alteraba esa tranquilidad al empezar el siglo XVI, y aún
ésta parecia asegurada, desde que las naciones· de mas influencia
en _Europa, ademas de España, se hallaban regidas por ardorosos
defensores del catolicismo: Maximiliano I en Alemania, y Enrique
VII en Inglaterra.
Las alianzas de familia de estos soberanos con los reyes es–
pañoles, por el matrimonio de sus hijas. Doña Juana de Castilla
con Felipe de Hausburg, hijo de Maximiliano, y Catalina de
Aragon con Arturo, _príncipe de Gáles, heredero del trono de In–
glaterra, presagiaban una época de felicidad y de triunfos para el
cristianü:mo que ya se radicaba en las apartadas, regiones recien-
•temente deHcubiertas.
Sin embargo de tan halagüeñas esperanzas, laepaz de la Iglesia
fué gravemente perturbada, poco tiempo despues, por las predica–
ciones
tlel
religioso agustino Martin Lutero, á consecuencia de las
indulgencias concedidas por Leon X á los que contribuyeran á la
fábrica de la Basílica de San Pedro; lo que originó el cisma que