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25 -

práctica de las Iglesias y la forma de la antigua regla,

pusieron en conocimiento de esta Sede Apostólica prin–

cipalmente los peligros que surg ia n en materias de Íé,

con el fin de que los daños de la fé fueran resarcidos

allí donde la fé no puede faltar (13). Y los Romanos

Pontífices, segun lo aconsejaban las circunstancias de

tiempos y de cosas, ora en Concilios ecuménicos al efec–

to convocados, ora consultando el parecer de la Iglesia

dispersa en el orbe, ora por medio de Sínodos particu–

lares, ora por otros médios que proporcionaba la divina

providencia, definieron para que fuese profesado, lo que

con auxilio de Dios .conocian ser confo rme á las sagra–

das E scrituras y á las Tradiciones apostólicas. Pues

ciertamente, el Espíritu Santo no fué prometido á los

succesor es de Pedro para que manifestaran nueva doctri–

na que El les r evelase, sino para que, mediante su asis–

tencia, custodiaran santamente y expusieran con fideli–

dad la r evelacion trasmitida por medio de los Apósto–

les, ó séa el depósito de la fé. · Y esta doctrina apos–

tó li ca de los Romanos Pontífices, fué siempre abrazada

por .todos los venerables Padr es, y venerada y seguida

por todos los santos Doctores orto dojos, como qui enes

sabían muy bien que esta Sede de San Pedro permane–

ce siempre limpia de todo error , conforme á la divina

vromesa de Dios Salvador nuestro hecha al príncipe de

sus discípulos:

Yo he Togado poT

tí,

paTa que no falte

tufé;

y

tú una vez eonve1·tido, confirma

á

tus he1·manos.

E ste carisma, pues, de verdad y de fé siempre indefi–

ciente, fué conferido por Dios á Pedro y á sus suceso–

r es en esta Cátedr a, con el fin de que ej ercier an su

excelso cargo para salud de todos; con el de que to–

da la grey de Cristo, apartada mediante ellos, de la

ponzoñosa comida del error se alimentase con el pas to

de la doctrina celestial; y para que, r emovida la ocasion

de cisma, toda la I glesia se conservár a una, y descan–

sando en su base, r esistiera firme contra las potestades

del infierno.

[13] Cf. S. Bern. Epist. CXC.

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