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mayores esfuerzos se habian estrellado ante la

ciega decision de este pueblo publo por sus anti–

guas creencias. La gloria de esta conversion

pertenece á los jesuitas, principalmente

á

San

Francisco Javier, el apóstol de las Indias. Lleno

de confianza en Dios, de un ardiente celo por la

salvacion de los hombres

y

de una constancia

y

vnlor heróicos se dirigió á la India

y

se es··

tableció en Goa que hizo el centro de su mísion

apostólica ; cQn grandes esfuerzos

y

perseve–

rancia

log.ró

reunir un crecido número de pro–

sélitos que imitaron el ejemplo de su maestro

dedicándose

á

la predicacion,

y

de este modo

en pocos años la nueva Iglesia se encontró en

un estado floreciente.

El

infatígable apóstol

emprendíó entónces la con'Version del Japon

á

donde se trasladó ;

y

á pesar de la oposicion

del pueblo, de los grandes y de los bonzos

bautizó miles de infieles, construyó templos

y

en el espacio de dos años vió prosperar rá–

pidamente su obra santa. Pero el ardiente celo

de San Francisco Javier no estaba satisfecho ;

exitado su valor por los muchos obstáculos que

se presentaban para la

conversi~n

de la China,

cuya entrada estaba prohibida á tos extranjeros

se dirigía al Continente cuando murió en medio

de sus triunfos exclamando : Porque he puesto

en vos, Señor, mi confianza

no

seré confundido

(1552).

Su obra no terminó con él : los Jesuitas

Franciscanos

y

otros Misioneros continuearpn

sus trabajos

y

el Catolicismo continuó propa–

gandose en la India

y

el Japon. Al mismo

tiempo tres jesuitas, entre ellos el padre

Ricci

i6 .