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DEVOTOS.
le arañalla con sus pequeñas uñas. Por más diligen- Día XVI.
cias que hizo el Gobernador para que no miráse
á
su
madre , nunca lo pudo conseguir, volviendo siempre
el niño sus ojitos ácia ella ,
y
gritando contínuamente
como
la
misma madre:
Yo soy Christiano, yo soy Chris·
tiano.
Irritado Alexandro con estos gritos ,
y
furia·
so de verse tan burlado, entr6 en tan descompuesta
c61era , que cogiendo al tierno infante por una pier·
na ,
y
diciendo brunlmente :
Ya que eres Christiand
fOmo
tu madre
,
perecerás can ella,
le estrelló'con ra-
biosa violencia contra el pavimento del •Tribunal,
haciendose pedazos la pequeí1ita cabeza en la primera
grada, esparcidos los sesos por el suelo,
y
llenandose
todo
ti
de aquella inocente sangre; inhumanidad '
que detestaron con horror todos los asistentes, des-
ahogando en un sordo murmullo su justa indigna-
cion. Sola Jttllta vió con ojos enjutos aquel glorioso
espeét:\culo,
y
manifestando
á
los Gentiles quanto
la habi.1 devado la gracia de Jesu-Christo sobre los
movimientos de la narur.aleza ,
•~
conservó bañada de
un gozo celestial; rindiendo en a!ta voz gr.1cias al
Cielo porque se habia dignado coronar antes que
á
c!l,1
á
su dulcísimo hijo. '
11
, ' •
Oy6
Alexandro, como todos los demás , esta ora–
cion ,
y
á vista del generoso desprecio. que hacía de
la muerte se desengañó de que ningun
tormento
mía capáz de doblarla. No obstante, por exercirar
su crueldad , mas que por entretener
~u
esperanza,
mandó que la volviesen al pbtro; que la despeda- .
zasen los costados con 'uñas aceradas ; que echa–
sen pez derretida sobre sus delicaJos pies;
y
mien·
tras
el
pregonero la exhortaba en alta voz
á
que sa,-
cn·