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como vencía, y sin haber dado una disposicion para su victoria.
¿Se quiere mas prueba de est_o, que la de que no haya podido
siquiera hacer una relacion de su victoria y de
la
batalla que no
sabe como fué? Regresaba á unirme, como he dicho, con el
batallon Pichincha y con los generales Guarda y Mendiburu, y
me encontré con los enemigos que me obstruían el paso con sus
fuegos: no pude pasar, ni siquiera era posible mandar un ayu–
dante con la órden de que se retirara Pichincha, pues su sacri–
ficio era inútil; todo estaba perdido. ¿Siendo esto así, se
quería que indefenso me entregase á los enemigos y les diera
con mi sacrificio inútil una satisfaccion mas? Yo apélo al tes–
timonio de los que me vieron en la fuerza del fuego en el com–
bate de la division Pezet; apelo
á
todos los comandantes gene–
rales á quienes situé yo personalmente y di las órdenes del com–
bate,
á
todos los dispersos á quienes trataba de contener, y á los
que conmigo estaban cuando desengañado de no poder detener
la caballería, regresaba al campo donde se batia Pichincha.
¡Veinte minutos, que hubiera demorado en comprometer la ba-
/ talla el general Pezet; veinte minutos que duraran las vidas del
general Deustua y del coronel Carranza; veinte minutos mas
que se sostuviera la division Pezet; veinte minutos ménos que
tardara en llegar el general Cisneros, la victoria habría sido del
ejército constitucional, sin duda
l
Pero nada de esto sucedió: la
Providencia lo dispuso de otro modo: yo me someto
á
sus ·de–
signios.
Terminado así el desgraciado acontecimiento del día 5 de
enero, porque la Providencia babia que;ido conceder el triunfo
á los conspiradores, tal vez por castigo del Perú, ya que no
pude salvar las instituciones, resignándome
á
la suerte, me
decidí a defender siquiera mi honor y someterme
á
un juicio
luego que hubiesen pasado las primeras impresiones, porque