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HUAIRAPAMUSHCAS

Pero a;l hurgar .en el mi·sterio del trapiche, de los muros ta–

pizados de hollín,

al

meter las narioes en fas grandes pailas de

bronce que a duras penas se sostenían en viejos fogones descoyun–

tados, a1 mover toneles y alambiques

en

cuyo

fondo

anidaiban las

ratas,

Gabriel se dejó sorprender por un sentimiento ambivalente

de

aquellos que desconciertan al principio pero que terminan por

adaptar

al

individuo.

Con el extren'Üsmo infantil del primer aspecto -orgullo de

sentirse civilizador-, el runo forastero indagaba de continuo en el

saber del mayordomo sobre.las posibihdades de los negocios más

difíciles:

-Hay que volver a la molienda. Habilitar las máquinias.

-Pero no

hay

caña, patrón.

-¿Cómo?

-Las

tierras del

vallie

que servían para

eso

fueron inundadas

por

las

crecientes invernailes

del

río.

-Pero ...

-¡Qué no hicimos con el Patrón Grande!

Los

cañaveral-es,

afición de la comarca, quedaron hecho un adefesio. Puro lodo,

puro

pantanlO.

Castigo de Taita Dios decían las gentes.

-Lástima•

d~

dinero metid'o en estos cacharros caros y ahora

inútiles.

-Y el trabajo que costó la traída. A lomo de indio por el

páramo. En ese tiempo no había el carretero con autobús has–

ta

San Martín. . . Más de seis runas murieron quebrados la ra–

badisha.

En la misma forma se enteró Gabriel de las posibilidades deil

horno, la pesebrera, los galpones, el redil, el gallinero, el chiquero.

¡Ah!, pero en el chiquero se le fué la mano de innovador y ordenó:

-¡No

qui~

más cerdos!

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