J
o
R
G
E
I
e
A
z
A
-¿Dónde te metisteeee . ...
!
-Eeee ... .
-¡Venilii. ...
!
-Iili. ..
~
Creye'ndo oír un gemido, una risa distante, entre
la
nu~
vapo-
rosa que levantaba la tempestad en la superficie de la cl'eciente,
el indio arrojó la carga
y
gritó:
-¡Guaguaaa .. .
!
-Aaaa ...
-¡Espera
un
raticooo ...
!
-Oooo ...
Obsesionado por la verdad del eco se alejó más
y
más de
la:
orilla,
a
cierta distancia de la vivienda en ruinas, sintiéndose pre–
sa
del brazo de
un
remqlino, trató de volverse pero cayó con las
manos en alto, suplicando:
-Guagüitaaa ...
!
-Aaaa .. .
A media mañana calmó
la
tempestad, pero el ambiente gris
se arrastraba por
la
ladera
y
por el fango con nubes bajas. La
creciente -oleaje incansable-, seguía arrastrando informes ma–
sas de cuanto atrapaba al paso,
y,
al mismo tiempo, con furia de es–
pumas, iba orillando un ascenso taimado de inundación.
En demanda de auxilio, un tanto repuestos de
la
primera em–
bestida, los comuneros tocaron la campana de la iglesia. Voz ron–
ca en g.emido que se alargó con el viento, que se arremolinó con la
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