J
o
R
G .
E
I
e
A
z
A
Quizás guiados por la1curiosidad, una tm-de los pequeños inte-·
rrogaron al indio:
-¿Afilando machete está, taitico?
Aquel primer
pa.sosin mayores consecmmcias •abrió un am–
biente de complicidad, al amparo del cual se fueron reproducien–
do las preguntas, cada vez más tinosas:
-¿Machete bonito, no?
-¿Bueno, no?
-¿Afilado duro, no?
-¡Toquemos!
-¿Para cortar? ¿Para cortar ... ?
-¿Para cortar qué pes, taitico?
-¿Arbol será? ¿Rama será? ¿Puerquito será? ¿Borrego se–
rá? ¿Qué será pes, ta'itico?
-¿Qué será? -insistieron los mellizos con bondad pegajosa
en los ojos
y
timidez juguetona en las manos.
Acorralado por aquellas impertinencias, un día el indio aflojó
su
secreto, asegurándose no ser oído por la mujer.
-Esto ca. . . ¡Esto ca, para matar a taita diablo blanco, es!
¡Para cortar el pescuezo! Si le t rinco en ·el bosque ca, no ha de
quedar ni los pedazos. ¡Sangre h echo chorro! ¡Carne hecho ñu–
to! Toditicas ha de pagar. ¿Taita diablo blanco, no? ¡Carajo!
124