CUENTo'S 1\NDIN05
nir. Cualquiera al oírte diría que se trata de
un pobrecito que no tiene en qué caerse
muerto. ¿Y las sesen ta vacas lecheras que
tienes pastando
An
Colquillas, por una de
las cuales me pediste cien soles? ¿Y los mil
y tantos carneros con que te tiene apuntado
el escribano? ¿Y la piarn de mulas con que
trajinas por todas partes, pidiendo por cada
carga un dineral? ¿Acaso no me ac.:uerdo de
lo que me cobraste por traerme de Ruán uco
dos cajones de petróleo? ¡Recon t1·a! que el
flete me salió más caro que
el
artículo. D es–
de entonces te l as estoy guardando. Anda,
anda, suelta los veinticinco soles cincuenta,
ni un centavo menos, y déjame en paz, que
todavía no be desayunado.
-Cinco sol es siq niera rebaiarás,
taita.
-Te he dicho que ni un centavo. Lo
más que te ofrezco, como
yapa,
es pedirle a
vuestro patrón, en la misa
d~l
primero, que
les haga perder la memüria a los obasinos
para que no se acuerden más de Colquillas.
El indio se resignó y, r eceloso, abrió
el
huallqui,
sacó d os par¡ lletes largos
y
grue–
sos y comenzó a contar
y
recontar leutam_en–
te, con una lentitud que exacerbaba al cura
hasta lo indecible...
-Diez... veinte... treinta... cuarenta...
-229-