CUENTOS l\NDINOS
Y Zimens, con una verbosidad ansiosa
ele desquite de silenci0, con sinceridad que
a ratos parecía mentira y a ratos cinismo,
tomó de la mano a mi espíritu y lo introdu–
jo de golpe en la sombría y enmarañada
sel~
va de su vida, de esa vida que acabo de ex–
ponerle a usted, señora. Cuando saJí de ahí,
tenía el corazón <1olorido, los oios húme–
dos y la garganta estraugulada por
Ja
emo–
ción . Terminada la relación de su historia,
Zimens me preguntó:
-Ahora, dígame u . ted, ¿no es verdad
que he debido matarme hace tiempo? ·
Me limité a contestarle:
-Si yo no fuera
j
nez le daría a usted
mi revólver.
-El revólver es lo de menos, mi que–
rido señor. Hay cien maneras de matarse.
Y, haciendo una genuflexión profunda, se
retiró diciendo:
- ·Me voy con la satisfacción de saber
que hay una religión que perdona al pecador
y una justicia que absuelve al delincuente ...
¡Adiós!
II
Pocas horas después de la extraña viE'li–
ta, la autoridad política me comunicaba la
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