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CUENTOS J\NDINOS

las comprendo a u:'itedes también, señora-·,

todos se apresnrarnn a averiguar por la feliz

mujer

q

ne hal>ía logrado quebrantar, en el

brevé espacio de unos días, la indiferencirt

del desdeñoso

gerrn~rno.

Lo que no tardó en

saberse. ¿Recuercla

u~ted,

señora,

ele

la in–

mensa

carcajada con que J{uánuco recibió

el nombre de la elegida?

· -Vaya

si

r ecue rdo. Corno que fL1í yo

una de las que reí también. ¡Qué mujer

la

~iue

había ido a escoger Zimens

a

la monta–

ña,

válgame Dios!

¡A

la

Martina Pinquiray!

Una india, que no tenía más méri"to que una

narita. aceptable. U

na

india. de

pata al suelo,

que,

a

la primera intención, se dejó

quita1· la

manta

por el gringo y lo siguió como un ca–

bra.

-Una co. t -.11nbre encantadora, capaz

de tentar a cualquier homb re.

·

-¡A b. ya lo

cr.eo

! Ustedes querrían ver–

la implantada en Huánuco.

-Cou lo que nada perclería la morali–

clnd.

señora, porque, usted bien le: comprende.

antes de quitarle a

tttrn

mujer la manta ha–

brfa que quitarle la volnntad. Y no me diga

u ted que no hay uada parecido en nuest·ras

co tumbre. . Entre los panatahuinos la mu–

jer e deja quitar la manta en señal de cou-

entimiento; ent re nosotro , con un pedazo

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