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r;imento , se encontraba sometido á las mismas causas y de–

bía sufrir id' nticas consecuencias.

En un lugar (Tomebamba) «donde-como reri e re

Cieza-las muj e res son a lg unas hermosas y no poco a r–

di entes en lujuria»

1

;

dado 1 tem¡ eram nto ard í nte

del Inca, pues muchos indios que le vie ron y conocieron,

dice Cieza, hacían de él el sig ui ente r trato: «D e no muy

grand cuerpo , pero doblado y bi en hecho; de buen ro t ro

y muy g rave; de pocas palabras de muchos hechos ; e ra

justiciero y castigaba s in templanza. Quería . er tan temi –

do, q u de noche le soñaran los indi os . Comía como ellos

usan , y

así viºvía vicioso de 1n1tjer es,

s i así se le puede cle–

cir; oía

á

lo,s que le hablaban bi n, y cr eíase muy de

ligero»

2

Se podía preveer, pues, cuál había de se r el fin del

más grande d los monarcas peruanos; y como para ex–

tremar más el valo r d nu stra hipótesis, dice J imén

z

ele la Espada en su a rtí culo preliminar á la Informa–

ción ele Vaca ele Castro, y acogemos opi nión tan auto–

ri zada, que Vaca ele Castro recogió y amparó por los

años ele r

542,

es dec ir, inmed iatamente después ele la

conqui s ta,

«á

los cuatro hijos legí timos de Huayna Cápac

que andaban perdidos

y

una de ll as i)lagada de

b1tbas»

3

1.- Cieza. I rimera p a 1·te. Cap. XLIV.

2.- Cieza .

Et se17orío de tos incas.

Cap.

LXI

p

333.

3.- Ji

ménez de la Es pada.

U11a a11tig11alla peruana. Dúc11rsos so–

bre el oril(e11

y

desce11de11cia de los incas.

M a d

1

id 1892.

90