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punto
ya
de
espirar, se
le
arrancaba
oon
indecible ·tristeza
y
congoja, Pero
á
la ver–
dad, no era
~sto
lo que más le atormenta,
ba, pues de su voluntad se había ofrecido
á
los '-tormentos de la Cruz. Lo que más le.
atravesaba el coraz6n en la agonía de estas
tres horas, eran nuestras culpas
y
nuestra
vil correspondencia. Nuestra ingratitud
era
la que c·ausaba ·aquellas terribles ago–
nías de muerte.
Ay,
Alma! ¿Quiéri no abo–
rrecerá con todo el corazón las culpas,
pues tan mortales
a~onías
le
causaron
á
nuestro amorosísimo .Salvador?
En estas tres horas de tan cruel tormen–
to,
sin
q
u
as olas de tantas amarguras
pudiesen apagar el incendio de su caridad,·
nos tuvo delante á todos, para ofrecer por
nosotros su sangre
y
su vida con entraña·
ble amor, en sacrificio
á
su Eterno Padre.
En
estas tres horas, aunq l_].e nosotros no le
vimos con nuestros ojos,
El
con su inmen–
sa
vista nos vi6
y
tuvo presentes, para ofre–
cerse por cada uno, como si cada uno de
nosotros fuerª' solo en el mundo
y
en su
amor.
En
estas
tres horas vió claramente
cada una
de
nuestras
culpas,
con todas
sus
circustanaias, oomo las vé
despuéa
cuando