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-888-

punto

ya

de

espirar, se

le

arrancaba

oon

indecible ·tristeza

y

congoja, Pero

á

la ver–

dad, no era

~sto

lo que más le atormenta,

ba, pues de su voluntad se había ofrecido

á

los '-tormentos de la Cruz. Lo que más le.

atravesaba el coraz6n en la agonía de estas

tres horas, eran nuestras culpas

y

nuestra

vil correspondencia. Nuestra ingratitud

era

la que c·ausaba ·aquellas terribles ago–

nías de muerte.

Ay,

Alma! ¿Quiéri no abo–

rrecerá con todo el corazón las culpas,

pues tan mortales

a~onías

le

causaron

á

nuestro amorosísimo .Salvador?

En estas tres horas de tan cruel tormen–

to,

sin

q

u

as olas de tantas amarguras

pudiesen apagar el incendio de su caridad,·

nos tuvo delante á todos, para ofrecer por

nosotros su sangre

y

su vida con entraña·

ble amor, en sacrificio

á

su Eterno Padre.

En

estas tres horas, aunq l_].e nosotros no le

vimos con nuestros ojos,

El

con su inmen–

sa

vista nos vi6

y

tuvo presentes, para ofre–

cerse por cada uno, como si cada uno de

nosotros fuerª' solo en el mundo

y

en su

amor.

En

estas

tres horas vió claramente

cada una

de

nuestras

culpas,

con todas

sus

circustanaias, oomo las vé

despuéa

cuando