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Dijo Dios en el tiempo: " l-lagamos al hon1 -
bre á nuestra imagen
y
setnejanza," y vió de–
lante de Sí á Adán en el Paraíso Terrenal, á
N uestro Señor Jesucri sto en el Calvario
y
á
Pedro en la Iglesia
Católica~
Trinidad una
é
inseparable ó principio, reparación y pennanen–
cia de las más íntimas y adorables relaciones
de Dios con la humanidad.
Los genios del bien han sido la in1agen y la
semejanza de Dios por excelencia en el hom–
bre. Por eso nunca faltaron
á
la fan1ilia huma–
na aquellos seres semidivinos. Contempla hoy
el n1undo absorto, uno de esos reflejos mara–
villosos de Dios: el sorprendente León XIII. ·
Existe sobre la tierra una institución singu–
larmente
prodi~·iosa
del poder infinito para su
gloria al
1
Sima centro de vida sobreabundan–
te para as exigencias divinas del hombre. Lo
posee to o, está sobre todo lo humano, y todo
lo divin
"za.
E <Sl santuario rnagnificentísimo
del más valioso comercio de Dios con la hu–
manidad. La representación genuina de cuz..n–
to ha sido Dios para el hombre, y de cuanto
el
h01nbre deberá ser para Dios. Veinte si –
glos de sorpresas celestiales y doscientos se–
senta vicegerentes de Nuestro Señor Jesucristo,
abismadores por el poder y la acción, respon–
den de su excelencia divina: así el Pontificado
Supremo en la Iglesia Católica.
Los Papas aparecieron siempre en medio de
la humanidad sobre el trono elevadísimo de la
más gloriosa tradición con la majestad de los
más encumbrados Reyes y la dulzura de los
más humildes siervos: Reyes de los Reyes para