EL SAPO Y LA ZORRA
Cuento de Pomabamba,
Ancash.
[L sapo cantaba a la orilla del río, cuando de pronto' se presentó la zorra.
-Sapo, le dijo, ¿qué haces?
-Yo cazo mosquitos.
-Y no te da vergüenza comer mosquitos? Si tú fueras mi sirviente comerías
alimentos delicados.
-Cómo podré ser tu siervo, si tú ni correr de tus enemigos puedes?
-Que no puedo correr de mis enemigos, has dicho? No pretenderás que lo
demuestre, bufó la zorra.
-No es por presumir, cantó
el
sapo, pero en igualdad de condiciones corro m
u~
cho más que tú.
La zorra, herida en su amor propio, arregló una apuesta. El sapo debía correr
bajo
el
agua y la zorra por la orilla; cada cierto tiempo la zorra llamaría al sapo
y
és~
te debería contestar. Así fué. Partió la zorra a todo correr, por entre juncos
y
cañas
y
después de algún tiempo se detuvo, tomó aliento y gritó:
-¡Sapo! ¡Sapo!
- T oc, toe, contestó el sapo.
Partió de nuevo la zorra, río arriba, cruzando molles y salvando piedras. De
nuevo preguntó:
-¡Sapo! ¡Sapo!
-Toe, toe, contestó el sapo.
Corría la zorra como el viento, la cola entre las piernas, las orejas tendidas y
la lengua afuera.
-Toe, toe, toe, seguía cantando el sapo.
Muy arriba la zorra se detuvo jadeando. Tenía la lengua morada, los ojos
ro~
jos como sangre,
y
toda ella temblaba. Miró rabiosa el agua y quiso de nuevo seguir
corriendo, pero no pudo: dió unos cuantos pasos más y reventó.
A la vera del río, una larga fila de sapos cantaba a medida que i ban saliendo
los luceros de la tarde.
¡Toe! ¡Toe! ¡Toe!
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