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Aún más: daban por cierto que
UDa
chica que h a–
bía asistido en una
enfermedad a Don Casimiro, le ha–
bía
sorprendido, en alta noche, alimentando a
la pie–
dra imán con arenilla, pedacitos de acero de pluma nue–
va
de escribir
y
agujas rotas. Que la teníaen una ca–
jita perfumada;
y
que se h abía curado del achaque, con
sólo frotarse con la piedra imán .
Se a eguraba, asimismo, que la piedra imán tenía
pa.itos
cada
dos
años;
pero que don Casimiro,
de
egoísta
y
avaro, no
había
accedido a vender · a nadie
los ansiados críos de la piedra de la buenaventura.
**
*
Regresaba una ocasión Don Casimiro de sus nego–
cios de la ciudad.
Alto
y
cenceño , tenía e a rubicundez, de sugerencia
bárbara, de los pueblerinos de raza blanca. Y ese acento
esdrújulo en el hablar, tan marcado en los morlacos de
su calidad.
Sobre la
simple camisa de dormir y de indumen–
taria, el
leve poncbo blanco de tejido de algodón, con
el pantalón de
casinete, largo tiempo traído,
completa–
ban su vestuario. El toquilla delataba su falta de relevo,
y
en el delgado bastón, de cualq'uier madera nudosa,
puesto al hombro,
se izaba el par de botinazos de zuela
de mercado, que tan sólo
se
los calzaba don
Ca~imiro
al penetrar
en la ciudad·.
Venía el viejo por una avenida de , alida.