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LA PIEDRA IMAN

La fortuna

de Don Casimiro era

el

rompecabe–

zas del pueblo .

¡Ochenta

mil

sucres, para un vecino de aldea! .

. e–

ra

un

escándalo.

Tanto no podían haiber dado los viaijes a Zaruma, para

importar a2nie

l,',

ni los fletes de la magnífica recua,

a–

hora que era anie o retirado, ni meno

los ]Jroducto de

la heredaid., así

grande

y

repartida como era.

¿Cómo,

cómo

B

había hecho tan rico? .

Y la imaginación pueb.l erina daba rienda

suelta al

envidioso comentano.

Unos opinaban que Don Casimiro había hallado un

entierro en una casa de suburbio de la ciudad, que h abía

pertencido antiguamente a un eclesiástico, a quien se a–

tribuía el

entierro. Y que Don Casimiro había compra–

do

la casa

a ciencia cierta de que en élla encontraría

el

tesoro enterrado; pues

se había oído

ruidos,

.

e ha–

bía visto

quemar,

es

decir se

había vi ·to Uamaradas

nocturnas, y, por último, a las doce de la noche se h abía

visto cruzar el huerto de la ca a a un cura sin cabeza.

Otros afirmaban que había logrado la invención de u–

na huaca de gentiles.

Ni faltaron

sabihondos que aseguraron que el

di-