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Yo pongo en la
c.jadas flores del alma el rocío de
resurrecm.ón.
Coronada con
las borlas de la flor del atizo,
sen–
t ábase largas horas a la ori lla del di¡:tante
río. como
cs l_)er.anclo la benéfica evaporacióu.
¡Pobre María Nube!: ya no era tan hermosa como
la Virgen de las hij as rle Marí a, ni como la Virgen de
la Nube, que ·se veneraba en la eolin a del pueblo; y
como en un vago recuerdo del drama penoso,
parecía
que amaba, de preferencia,, las f lores marchitas,
y
que
se agachaba a las corolas ajadas, para "poner en éll a
el rocío de r esurrección".
Y la dulce loca, emigrando de comarca en comar–
ca, no tornó jamás.