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Algún ti mpo más.

Una 11ocbe lunada recogíase, hi er á tico, el

Huahual–

zhwna,

adorando a la luua, . u antigua diosa cañari.

Por la orilla de la la.gana

Cat·icocha

avanza pe–

no'amente un a mujer, entre golpes de tos. Está vesti–

da con el

típico traje blanco de la serrana que vuelve

do

la costa.

Es la Gor:rioua..

En Guayaquil, el cabaret , como un carro fosfores–

<'ente ha pa ado sobre élla, trituráudole el cuerpo y el

alma.

La Gorriona regresa eterómana, alcohólica

ea. La Gorriona vuelve tri te arl lÜtimo refugio

nata.lía. Velando en laiS sombras de la noche el

<le la derrota.

y

tísi–

de

la

pudor

No puede mas.

ae pesadamente sobre la grama,

a oril las de la- laguna.

Entre el pañuelo de seda

des.~olorido

aparece el po–

m0 do éter, que inhala ávidamente.

Además, está ebria.

Arriba, en el disco de la

luna, escenean Pierrot

~'

Colombina. Es el recuerdo de lo

días de luz.

Abajo la laguna, turbia, larvada.

E

la realidad abrumadora, la carcajada final.

El mito de la ''laguna perseguidora'

desafía im–

placable. La glaucas linfa cuchichean inquietantemen–

te. Ahora insulta la laguna. El sa livazo cruel del

te–

rrnño, de la nata.lía, a la doliente piltrafa de cabaret.

En el esquelético rostro de la Gorriona quedan

ta,n

·ólo sus ojo

brillante , como do

gusanos que se

hubi s n comido mia flor.

Bello ojo. que

e incendian con

tardías vengan-