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La mañana lo despertará acostado en el lecho de

µaja de u11a choza aba.ndonada, allá, en los sembradíos

de Sayau::;í. Y

en esa choza de desecho, como un gran

nido vacío, dejará para siempre la última pesadilla: ha–

bía

soñado <.:On el inhumano tira.pié de la zapatera,

y

con la cruel malapasada de los muchachos de la

fa–

milia.

Pero ahora el sol esplende._Expándese, confortan–

te, el aroma de la hierba.

Y

el niño respira, como

u11

pajarillo escapado.

Un

frutal del campo tienta su golo–

~ina;

trépase al árbol; y, haciendo una buena provisión

de manzanas de Sayausí, continúa su camino. El ca–

mino de

N

ara~1jal

de los pequeños prófugos.

Sigue su camiiN; pero algo va también con él, de

largo: la ruta, las flores, las aves, ,las montañas morla–

cas: el alma amorosa.del terruño, que parece arrullarle:

Cuencaníto que emigras: para el dolor de tu éxo–

do primitivo, un pan mejor: el pan de amor de mi al–

ma, que te acompaña en tu viaje.

Vere por tus ojos las solitarias fuentes del Cajas,

con sus aguas, color de llanto, que se estremecen de te–

rror, al ser tragadas por la tierra. En cambio tú, ni si–

quiera te estremeciste, al caer en el uelo tu llanto de

desamparo.

Veré, por tus ojos el alma en pena de los inmen–

sos pajonales

y

el alma en pena de la niebla. El alma

u

pena del páramo, que no sabe por que está en pe–

na. Como tampoco tu comprendiste, por que te heria la

vida.

Y oiré, por tus oídos, el mugido iracundo del hu–

racán

alvaje. Ai-ticulando, por tí, la gran protesta de

tu alma.