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Junto a él dos o tre mujeres, con rostros de Calva–

rio, enjugándose las lágrimas con el extremo del paño,

y

aventurando una

tímida palabra a cualesquier persona de

un corro, como pretendiendo crear alguna

favorable

si–

tuación.

Era para mover a un traseunte donquijote, ¿pero

qué hacer? La revolución ani aga., la pl aza está en

sitio,

y

la

recluta

e

la creación de

la caballería exploradora.

Pero el pueblo llora.

Y

más

allá,

sentadas en

el andén del cuartel de

Policía, unas cuantas muj eres desgreñadas,

con el rostro

revel;1dOr

de la situación sin salida, aguardan horas

y

ho–

ra

la audiencia del

8Pñor

Intendente,

del Señor Comi sa-

rio, del Señor O:fjcial ..

'

-¡Bonito .

eñor ntenéleute, una palabrita!! .

Y la Autorid a

pasa muy atareada, dócil la

faz

a

la emoción ci

veces muy sentida:

-¡¡Intendente General de Policía, cabo

de Guar-

dial!

Está bién; la autoridad va gravemente ocupada; pero el

pneblo nCI encuentra acceso siempre, representado en la cara

mitad de sus penurias, la desgrefiada mujer, que pone las

miJ.nOS.

Es la esposa, es

la madre

del artesano r evolto o,

del

revolucionario abortado, que ha caído en manos de

la autoridad.

- Pero, iipara qué!! se inmiscuó su marido en esto! .

suspira la compañera de andén .

Y la esposa del montonero refiere a la dolida acom–

pañante la génesis del soldado artesano morlaco de las

fraca~

sadas tentativas contra el

régimen del 95.

Su marido traba.jaba tranquilamente, cuando vino un