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Y allí van ·
10s
danzantes
con sus
coronas de cuer–
nos
de venado, llevando un bastón que hace de batuta
para su propia danza. Y allí oscilan
lo
pendones,
ori–
flamas de tela colgantes
de una pértiga de hoja de lata
rematada
en
uua
figura
de so l. Y
a llí van lo
pendo–
neros,
que
unen
a su devota gravedad el · tono
y
o -
tentación,
de quien ha
venido
desde muy lejo , ven–
ciendo
dificultades, a
contribuir con
su óbolo para el
incremento de
las
arcas
de
la parroquia. Y si miran,
miran altivamente
1
los
señores
pendoneros
o
guioneros.
A
sus lados
van muchachuelos que
llevan sendas cintas
que
cuelgan
el
pendón.
Son los
borleros.
·
Y
aparee
el Santo , b
ajo un
templete
de madera,
encortinado de broca os. No
h.ayquien arroje flores des–
de
los
balcones, co.m.o
se h
aceen ]a ciudad,
e11
las pro–
cesiones de
la Morenica; pern
delante del
Sant0
e tá
todo un
cha.grillo
viviente: la policromía de los devotos
rlisfraces
de los niños, que hacen de ángeles, cardenales,
obispos, monjes,
y
militares. Detrás del tronú del Santo
va la banda de música,
y
luego torlos, abrumadoramente
todos. La procesión rodea la plaza, donde no quedan si–
no los indispensables guardianes de la propiedad. que estáu
de rodillas.
Y la campana que toca a plegaria,
y
el aroma del
incienso que fraterniza con el aroma del campt)
1
y
la gen–
te que depone el alma tan sumisamente, y la fe licidad de
su fe .
.
. Hay para dejar "que nos contagie la
fe del
carbonero" como dice el poeta Romero y Cordero en una
de ]as áreas de su "Egloga triste".
La plaza del pueblo ha vuelto a tomar una ::uiimac.:ión
inusitada. Ya no son los borrosos tono de
las
nocturnas
vísperas.
Ahora esplende el sol,
y
bajo el sol se ostenta