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sumn<lo
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las señoritas de la familia. Y el draque di cur1e.
erviJo por uua pareja, y otra vez la concertina y la gui–
tarra
y
ha ta un harpa (avi ·
ran1)
que acompaña
rancias
canciones d e Becquer, Esproneerla
y
Velarcle.
:::le
fraterniza. Rebajan los miramientos para c·on lo
'caba–
ll eros ·· d e la ciudad.
Y
luego el baile, la úni ca danza po-
i ble:
la ehilena o cueca, como quien dice el paso d e me–
tro
libre. (,¿ue da derecho
a bail a rlo como cada cual
lo
pueda.
Y,
poco a poco, el saloncillo es
un
iri
de colore
de lo
traJeS ele Jas chiquil!a , q ue, con los ojos baj os,
i–
guen ca,
i
a utomáticamente los animado giros de la cueca
Y por
n
llí algún
efebo pueble rino
' 'con perdón rle
lo
caballeros''
D
la11za
al
inquietante baile,
y otro mozo
le lleva el com p
0 11
l
~
paLma..
Y
entonces el merengue,
011 -
Lonces el saler , que
l '
un po..;o ele compa ión,
y
entonce'
el cimb reo masculíno 1,tue evoua una µopular ar ena taurina.
Y
cuando
I,
soireé
lugareña ha
terminado, abando–
nando el limpio
leeho generosamente cedido, algunos de
los romeros eiudadano
se eseurren ca'ª afuera, evocando,
no
se
abe porqué, la leyenda de la infa n<; ia, de que
lo
diablos,
ví
pera de
la fiesta de San Bartol0mé, dejan es–
t.meto el infierno,
y
e lanzan legi•mariamente al mundo, pa–
ra mayor tentación
y
acechanza del mí ero mortal.
A
l a mañana siguie11te la luz meridiana despierta a
lo
eñorito
ciucl a<lanns,
que
han dormido en ca a
ajena,
dentro de mejor horario que
P u
la propia.
- Señores, ustedei:; h an perdido
la mi
a
y
el sermón
del
'auto, diee
la
señora
de
la
casa, que trae el de–
sayuno.
¡A
la
iglesia,
eñore ,
a
,,,Judar
a
nuestro
:-ian–
Lo!
Y a era,
JI
efedo, h orn Lle
ir a poner.e a las órdenes
el e!
Cele
te Patrono del pueblo.