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-145-

los

chi cu~los

la conseja de pedagog¡a domé tica, del diablo y

de . u ca] a ronca.

y

en la casi oscurid?.d, se desliza una mujer,

típica

y

ótra,'

v

ótra. Descalzas, µero cou fa lda de tela (en los pne ·

blos del Azua.y la que usa falda de tela, va siempre calza–

da) llevando cruzacl0 el paño, a manera de banda, y ceñidá.

la frente con un pañuelo de color. ¿Se visten así, siompre?

Pero alguien informa que , on ll amadas

chirolas,

y que vie–

nen desde la quebrada de Pamar, en

las fiestas, en bu ca,

de postores para sus pobres encantos de cabritas insacia<las

de riscal.

La plaza del pueblo, iluminada por 1as sartas de faro–

lillos, las bugías y lámparas de lo¡;¡ pue 'tos, y

las

fogatas,

puestas a la ver:a,

m

a un tono de fondo oscuro de oleo–

grafía, del que se

de

.st:tcan las <figura

con mayor impre–

sionismo.

La fiesta marcha. Compacta ma a humana llena

la

plaza. Por aquí y.por a11á, siluetas de gente, que se lleva

el vaso !'!· la boca, guitarristas que ponen la gama en ristre .

vocinglería de cien reclamistas variados, hombres y muje–

res, que se ll aman de extremo a extremo, y el efecto sinfó–

nico de múltiples músi cas e instrumentos, que se nnifican

en la más mareante promiscuidad.

Y por allí se escurre un

l

chirola,

danzando de pues–

to en puesto, ya ante una concertina, dulzonamente angus–

tiflda, ya ante una guitarra con pujos de retrechera,

ya

ante la banda de música , que va perdi endo su pujanza, c.on–

forme los maoses van avánzando en P.I

alcohólico escala–

fón.

Nuevamente en la hospital aria casa un agazajo espe–

ra a los romero de - la ciudad.

Tres o cuatro mocetonas, a cual más ama.nzanada, se han