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los
chi cu~los
la conseja de pedagog¡a domé tica, del diablo y
de . u ca] a ronca.
y
en la casi oscurid?.d, se desliza una mujer,
típica
y
ótra,'
v
ótra. Descalzas, µero cou fa lda de tela (en los pne ·
blos del Azua.y la que usa falda de tela, va siempre calza–
da) llevando cruzacl0 el paño, a manera de banda, y ceñidá.
la frente con un pañuelo de color. ¿Se visten así, siompre?
Pero alguien informa que , on ll amadas
chirolas,
y que vie–
nen desde la quebrada de Pamar, en
las fiestas, en bu ca,
de postores para sus pobres encantos de cabritas insacia<las
de riscal.
La plaza del pueblo, iluminada por 1as sartas de faro–
lillos, las bugías y lámparas de lo¡;¡ pue 'tos, y
las
fogatas,
puestas a la ver:a,
ma un tono de fondo oscuro de oleo–
grafía, del que se
de.st:tcan las <figura
con mayor impre–
sionismo.
La fiesta marcha. Compacta ma a humana llena
la
plaza. Por aquí y.por a11á, siluetas de gente, que se lleva
el vaso !'!· la boca, guitarristas que ponen la gama en ristre .
vocinglería de cien reclamistas variados, hombres y muje–
res, que se ll aman de extremo a extremo, y el efecto sinfó–
nico de múltiples músi cas e instrumentos, que se nnifican
en la más mareante promiscuidad.
Y por allí se escurre un
l
chirola,
danzando de pues–
to en puesto, ya ante una concertina, dulzonamente angus–
tiflda, ya ante una guitarra con pujos de retrechera,
yaante la banda de música , que va perdi endo su pujanza, c.on–
forme los maoses van avánzando en P.I
alcohólico escala–
fón.
Nuevamente en la hospital aria casa un agazajo espe–
ra a los romero de - la ciudad.
Tres o cuatro mocetonas, a cual más ama.nzanada, se han