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dido par'1 e.levarse a
la altura del paladar de los "caba–
lleros"
y
comienza la comida con asistencia de la
creme
de
la localidad. Alguuos ,imártires santos del cubiert:.l!
Y
al través del cri stal d el v eso
que
se levanta, no
deja de traslucir e uno que otro gujño malicioso de
los
eñoritos d e la ciudad.
·
El lugareño
má~
roda.dolleva la batuta de la con–
versación . R elatos de viaje a Loj a
y
a Zamma, a Ba–
lao
y a Naranj aL O
relaciones
de los
uié~os
si que eran
tiempo !"del cinco de Julio del
9:".
Porque entre los
lugar
reños de
viso
no faltan valientes morlacos de la oposición
a Alfaro, cuand<p
la tom;,, de Cu.enea. Ni
faltan quienes
cu~nten
las
tos as a aí).as, con que el General Franco
man–
cilló el liberalismo, n
la capital morlaca.
No podía
;faltar
la broma a
la
rozagante compañera
de mesa, que s
pone como atacada de ereutomanía, broma
que el padre de familia tiene la gentileza de tolerar, por
de pronto, si viene de Los ucaballeros"; pero
que costará
muy cara a
la inculpada y ruborizada muchachona, una
vez que
la visita se ponga
en la frontera.
La
comida se disuelve, antes de un talvez posible
plus-café, pues, la. etiqueta se ha extremado.
~i
siquie–
ra se ha servido el infaltable
y
confidencial
cuy.
Se
di–
suelve,
porque los invitados
e
lanzan
a
la balaustrada
que da a
la vía.
Por el camino que viene del Sigsig entra una ban–
da popular, rodeada de nuevo acopio de romeros ,
y
por
allá
se oye también, en confu ión algarabinesca, el por–
fiado rascar
del violín del indio, el torbo golpe del bom–
bo y
el tiriteresco
timbre de la
chirimía.
Y en la noche
ya entrada, la
chirimía,
un tanto funambulesca, y el a–
celerado golpeteo
del
tambor que la acompaña, evocan a