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iHombre!
-Hombre malo es usted , padre mío. Por un legado
me ha vendido .
.'
.
-¿Cómo!
-Me ha
sacrificad o.
El sacerdote
so
acercó a
la puerta. Su
ojo
troµe –
zaron con
los cascos del cántaro. Sali ó afuera. Su padre
le siguió. Ambos
quedaron en silencio. En
la casa,
to–
dos dormían. Benjamín pensaba en su vida rota. Sin que ·
rerlo, su amor le aguij oneaba. Pero
era tarde. Ahora su
poderosa
carne
estab::t
enferma. P ara
siempre. En–
ferma
de un voto, que él sabría cumplirlo con
noble–
za. Y
con fe. El triunfo, la dicha de otros iera para
4
él
un
pecado! Un
te~·:rible
pecado. iY
el urgente mart irio
de tener que
vencerse!
-Hijo mio:
ios lo
ha
qu~rido
a í,
se aventuró a
decir hipócritaménte Don Vicente.
-Dios
no quiere maldades, padre.
- -Hombre, has de ser Cura de este pueblo. Yo lo he
de conseguir.
-¿Para tiranizar a este
pueblo, en mi nombre tam–
bién? .
. .
Benjamín se
exaltó.
-Padre, usted me ha sacrificado. Ha deshecho mi
vida. Se ha burlado de mí. Ha hecho de mi vida, como eso:
(señaló la vasija) .
.
. como
un ánfora
rota.
Don Vicente
era
audaz. Quiso bromear con insolen–
cia. Dió una
palmadita en
el hombro del sacerdote.
-Hijo, tu serás estudiado; pero
yo tengo experien–
cia. No hay nada co,mo el provecho. Los amores pasan.
Y si
no es sino por Rosalía
(hizo
un
guiño) .
.
. el
P acho no es tan listo .
.
.