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El sacerdote hablaba de los dolores de la madre de Dios.
Y después.
---"No solamente mata, el que mata el cuerpo. También
mata, el que mata el alma. No unicamente por el contagio
del vicio. Sino por el envenenamiento del dolor. Es as esino
el que mata el
~lma.
El que h ace sufrir injustamente . El
que hace largamente sufrir. El que malogra una vid a. El que
rompe castas promesas de felicidad. El que con mala mano,
tuerce el cauce del
inocente ensueño de
nuestro
cora–
zón
.
.
. "
Se arrepintió sin duda de
lo que había dicho. Era
un desahogo. Ad emás se h abía extralimitado del sencillo au–
ditorio . Dulcificó
sensiblemente su voz.
"Pero hay
ú.uafuente, para Qurar nuestros dolores. El
orgullo la llama
cl esprRcfo, y Dios la llama perdón .
.
. "
Benjamín se
uedó muy descontento de su plática.
Pasó ese día en el convento parroquial. El Cura del
pueblo, que lo estimaba sobre manera, estaba extasiado con
él.
---Muchacho, estuviste un momento un poquito sutil.
Pero todo lo demás que dijiste de N
uest.raMadre Dolorosa,
ya lo quisiera cualesquierita para un
sermón de la Catedral.
Muchacho, arrivarás. ·
Benjamín calló. Estaba observando que el Cura
le
miraba con una ternura particular. Era inusitado. Porque
el Cura era de noble alcurnia y muy quijote. Pocas migas
hacía con el pueblo. Cierto que Benjamín había sido siem–
pre la excepción.
Entró a saludar a Benjamín una anciana
indiecita,
peona de su padre. Le traía en obsequio un pañuelo de
huevos.
¡Taita amito! .
.
.
ñucanchic ñaupa Bendita
(nues-