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avanzar a la monografía, así como seguramente el his–

toriógrafo pronto se convertirá en historiador y nos

dará la obra completa de alguno de los períodos de

nuestra historia; obra reclamada por el próximo cen–

tenario.

Urteaga tiene las condiciones del historiador:

investigador paciente y tenaz; la facultad de asimi–

larse al medio que describe; la intuición que adivina;

el movimiento y la sobriedad, requeridos por el estilo

histórico.

El presente libro forma la segunda parte de

monografías que comprenden todas las épocas de la

historia peruana.

Su curiosidad nos conduce a discutir graves pro–

blemas étnicos, con sabios como Uhle y Patrón, que

iluminan la enorme antigüedad de la magnífica civi–

lización de Tiahuanaco, cuyas rocas gigantescas se

relacionan, para Urteaga, con las enormes estatuas

de esa Isla de Pascuas, donde se vincula la historia,

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solamente con la prehistoria, sino con aquellos

períodos geológicos en que grandes continentes se

hundieron, dejando como recuerdo, aquel archipiélago

polinesio, ocupado hoy por razas bárbaras y teatro

quizás ayer, de una cultura que florecía ya cuando

todavía en Europa luchaba el hombre primitivo con

la hostilidad de los períodos glaciales.

Estas monografías sobre la prehistoria, junto

con las referentes a la época incaica, son las más inte–

resantes, porque en ellas, la tradición e eleva ha ta

8crvir de base a la especulación científica y filosófica.

Quizás si podría tachar e la obra de Urteaga,

de franca tendencia a la apología de la antigua ci–

vilizaciones americanas, que le induce frecuentemente

a aceptar y defender todas las te i , derivada de la