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pues que era tan claro que por los notorios delitos me–
recía muerte, y que con e ta se a eguraría la tierra
y
se
excusarían muchas muertes que se esp(lraban. Hernan–
do Pizarro les dijo, que
mira~en
que para con Dios él
descargaba su conciencia con ponerlo en sus pareceres,
y
que, como les había dicho, aunque fuese el peligro tan
grande, que bien conoscía que a no hacer e la tierra se
perdería, y las vidas de todos se pondrían en gran peli–
gro, pero que a todo se pornía por no exceder ele lo que
a ellos les parecie e. Los cuales le respondieron, que me–
re ciendo conio merescía el Adelantado la muerte, que
el
menos daño era entencialle
y
esentar la suya, pues de
no lo hacer se esperaba tan grande escándalo. Aquella no–
che tuvo Hernando Pizarro doscientos hombres en . u po–
sada, temiendo no die e en alguna trasnochada la gente
de Pedro de Candía sobre él.
Luego, de mañana, fué al Adelantado y le dijo que
convenía, para acabar de cerrar el proceso, dije e su con–
fe
ión, el cual, con juramento, confe ó los más delitos,
y los ·demá , aunque les dió algún color, no los negó del
todo. Tomada la confesión, le sentenció
y
notificó la sen–
tencia, de la cual apeló
y
dijo co as ele gran lástima, tan–
to que H ernaudo Pizarro movido de compasión se salió
fuera, y mandó que -le fuesen a confesar. El Adelanta–
do no se qui o confesar hasta tanto que Hernando Pi–
zarra le tornase a ver; Hernando Piza:!."ro le tornó a ver,
y
le consoló diciendo, que aunque sus deli1os fueran muy
má graves, él no le sentenciara, sino que le enviara a V. M.,
pero que los alboroto de su gente eran tantos que no da–
ban lu ar a ello
ue or la misma cau a no le otorga·
ba la apelacióJJ. Y así se salió para que le
conf~sasen,
no
dajanclo de tener grandí ima lástima de u muerte; el
cual se confesó y ordenó su ánima: Fué aconsejado que,