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pero n_unca puede explicarse por sí misma,
a
priori,
el enl ace necesario de los juicios sinté–
ticos, el e los conocimientos que envuelven re–
presentaci ones heterogéneas. ·
La fil oso fía idealista había constituido su cien–
cia sobre
er
concepto de causalidad; con siderán–
dolo como un axioma indiscutible de la razón
pura. Al poner en duda. al negar Hume ra–
·cionalmente el valor de esta afirmación, ha–
'cía vacilar la secular base que había mante–
·nido el prestigio
y
atractivo de la escuela con-
traria.
·
Sí no en la razón pura, ¿existirá el p
0
rincipio
·de causalidad, á lo menos, ep
la experiencia,
como una verdad
a posterior/?
Presentado bajo
'este ac;pecto,
tampoco los füósofos experimen–
tales habían dudado jamás del concepto ele cau–
!saliclad. Sin embargo, Hume a
nalizalas impre–
siones
y
representaciones que n.os vienen ele
'afuera;
y
tampoco lo encuentra. Observamos
'que B sucede
á
A: pero la experiencia no nos
enseña porgué ésta origina á aquella; por qué
-ele un
post !toe
deducimos nosotros legitimamen–
'te un
propter hoc.
Se
ve
el relámpago. se _oye
en el trueno ; pero el conocimiento empírico no
·ve en el relámpago la causa del trueno. ToJos
·estos razonamientos permiten á Hume dedu–
·cir, al fin, que el. principio de causalidad no es
sino resultado del hábito de advertir constan–
temente el que un fenómeno sucede
á
otro; eJ
que unido
á
un
prin~ipio
subj.etivo, que extien–
·de sobre él la idea de actividad, de fuerza, que
'observamos en nuestra naturaleza; transforma
·1a observación en un concepto ele causalidad;