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la hace servi r r.n ton ces del un1co c1'i terio de
verdad, qu e nos asegura el acertado proce–
dimiento de nu est ras facultades intelectuales;
las qu e por sí mismas, corno qu e ti enen
ya
su
ori~e n
directo en Dios, nos ll evarían siem–
pre á·-la ve rdad; si no fu e ra qu e la
voluntad,
entorpeciendo, des\'iando
y
precipitando al en–
te nd imi<-'nto, fr ecuentemente lo confun de en la
duda ó lo ex travía en el erro r. Pero, como mu y
jui ciosamente se ha crit'caclo
á
Desca rtes; en
·e ,ta pru eba de la ve racidad cfü·i na se ence rró
en un círculo de hi erro, qu e debilitaba toda su
constru cción
fi losófi ca: ¿Cómo ll ega
l::i. razón
pura
á
afirmar la vera cidad divin a? Debe se r
va li énd ose úni camente de la fu erza
y
verdad de
s u racioc in io; pues si no, es necesario rechazar,
co n franqueza, la autoridad de la razón, para
e ntrega rse en brazos del dogmatismo religioso.
Luego entonces, el racioc ini o lógico basta para
darnos la ve rdad ele lo que afirma
ó
nó. Si lo
pri mero, es inúti l la \'eracidad ele Di os, pues
sin ella podemos ll ega r al conocimiento ele
nuestra in ves ti gación. Si lo segun do, es inú–
til el proc{;di mie nto rac iona l; pues se recur re
orn o criterio de verdad
á
un testimonio ) auto–
ridad que la intelig-encia humana, en su impoten–
cia, no puede probar.
ólo
la
tendencias do111i-
1" rntes, qu e ya he señalado en el pensamiento de
1
)escartes, explícan como pudo in cu rrir en tale.
onfu sione . . Levantando lu ego es te criteriodela
,·eracidad divina corno eviden te, funda en él to–
da la exactitud ele su
propo iciones filosófica .
A.
í
De. cartes, el enemigo de todo dogma ti. -
mo, el exterminado r de
la
ciencia Escolá tica,
q