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á

su filo sofía el propósito de rechazar cualquier

e lemento ó reflexión que pudiera obj etárseles.

De este modo, sin sospecharlo él mismo, Des–

cartes contradecía la abso luta libertad qu e pro–

clamaba su método.

Y como más querida para él era su filosofía

afi rmativa que su método negativo, la duela pri–

me ra de sus investigaciones no es sino una si–

tuación momentán ea y forzada en que se pone

e l filósofo, obligado por su lógica, para abando–

narla cuanto antes; satisfaciendo así los repri–

mido:>

cleseos . d~

un espíritu, que por narnra–

leza, era profundamente creyente. La duda

de Descartes no es aquella duda científica, que

informa toda una obra colosal, cual la

Crítica

de la

1'azó1t

pura,·

s ino una duda dialéctica

y

su–

perficial, que deja el terreno desembarazado de

obs táculos para levantar sobre é l un brillante

ed ificio, que pretende ocultar s u cúpula en los

cielos.

Asi, abi·srnado Descartes en las tinieblas de

s u eluda, encuentra inmediatamente un princi–

pio lumin oso que se le impone con certeza irre–

sistible, mediante el que reconstruye todo el uni–

\'erso y todos nuestros conocimientos. El céle–

bre, no diré entimema, sino únicamente dato in–

tuitivo de conciencia:

Yo pienso luego existo,

es

la base de su filosofía.

De igual manera como estableció el hecho

de pensar como fundamento filosófico, podía

haber recurrido á otro principio, como el mo–

\ imiento

ó

la sensación. que se impone al es–

pí ritu con la misma \'erdad

y

fuerza que

el

fe–

nómeno del pensamiento. Sin embargo, un in-